Copa América: Argentina-Venezuela

Casi cinco años después de la definición del Mundial perdida contra Alemania, Messi regresa al estadio más famoso de Brasil; la Argentina y él deben mejorar.

Foto (Gentileza)

RÍO DE JANEIRO, Brasil.- El tiempo retrocede en las playas de Copacabana. Ahí viene un grupo de hinchas con arena en los pies, camisetas de ediciones anteriores y banderas inconfundibles: "¡Brasiiiil, decime qué se sienteee!", arrancan. ¿Qué sentirá Brasil de tener en casa a Argentina? La primera sensación rima con la indiferencia. No se adivina un sentimiento de rivalidad de parte de los cariocas que pasan caminando hacia los que de pronto empiezan a saltar con más ganas y a gritar más fuerte. Es, tal vez, hasta una mirada de simpatía: tanto ha ganado Brasil desde aquel duelo de Italia '90 y tan poco la Argentina que solo el folclore admite alguna igualdad.

Eso sí, todo cambia cuando se nombra a Messi, el apellido que vuela desde el Mundial de 2014 hasta hoy: 1811 días después de aquella final perdida por la selección aquí ante Alemania, el brasileño promedio sigue demostrando admiración por el 10. Lo comprueban el ofrecimiento que le llegó para inmortalizar sus pies en el Maracaná, la ovación que el público local le tributa en cada partido, las camisetas que los clubes locales le regalan.

El capitán vuelve esta tarde al mítico estadio para enfrentar a Venezuela como entró entonces: es otra vez el argumento central de la ilusión argentina. Pero hasta ahí llega la coincidencia.

Aquella vez, el equipo jugaba por alcanzar la gloria, mientras que ahora lo hará para tratar de pasar a las semifinales de esta Copa América todavía sin demasiadas luces, y como parte de un grupo que sigue portando el cartel de "en construcción". Messi será también el único titular que vuelva a repetirse de la formación que Sabella plantó ese 13 de julio. Más: de aquella lista solo lo acompañan Agüero y Di María.

El juego de las diferencias es tan amplio que Venezuela siente por primera vez que puede rodar la película de su vida: ganarle a la Argentina en un torneo de esta magnitud. En parte porque, como olfatea Rafael Dudamel -su técnico-, la selección de Scaloni no tiene todavía el perfil de un equipo ensamblado y consistente.

Cambios constantes de nombres y esquemas dan la pauta de que la identidad es apenas una palabra por aprender. ¿A qué juega Argentina? A veces a ser vertical, otras a agruparse alrededor de la pelota. A veces a esperar en su campo, otras a presionar en el del contrario. A veces con extremos abiertos, otras con interiores cerrados. Saber jugar de maneras diferentes es una virtud propia de equipos consolidados: en este contexto, es apenas una búsqueda que en ninguna de sus variantes satisfizo plenamente al entrenador ni a los jugadores.

"Tendríamos que tener el control del partido y hacer nuestro fútbol", expuso Scaloni ayer. Una idea contradictoria con futbolistas del corte de De Paul y Acuña, que asoman como titulares. ¿O fue apenas una frase para despistar en ese juego del "gato y el ratón" que asumió estar interpretando con el DT rival?