“Narcotraficantes”, “mentirosos”, “vendepatrias”, “violentos”. Hay que remontarse hasta las campañas de los años cincuenta y sesenta, cuando el peronismo estaba proscrito y la democracia vivía presa de los militares, para encontrar intercambios de semejante calibre entre las dos fuerzas que en octubre se disputarán la presidencia en Argentina.
El ambiente se ha crispado a un mes de las primarias del 11 de agosto, la elección que definirá las listas definitivas de candidatos y medirá las fuerzas reales de ambos bandos.
Los sondeos muestran un crecimiento lento pero persistente del presidente Mauricio Macri, que irá por la reelección, y un estancamiento de Alberto Fernández, el hombre que liderará la fórmula que lleva a Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidenta. Macri y Fernández están hoy empatados y acaparan, conjuntamente, casi el 80% de la intención de voto mientras la polarización extrema sigue caldeando los ánimos.
Las apelaciones a la división son un factor heredado del largo enfrentamiento entre macristas y kirchneristas. Todos conocen las debilidades del adversario y, a falta de propuestas concretas, las campañas alientan el miedo al otro. Los discursos de la última semana han sido claros. El macrismo dice que si gana la fórmula Fernández-Kirchner los inversores entrarán en pánico, la economía se derrumbará y Argentina será, finalmente, como Venezuela. Para el kirchnerismo, si gana la boleta Macri-Pichetto habrá más pobreza y desocupación y el país caerá víctima del FMI y el apetito imperialista de Estados Unidos.
Los puntos medios han desaparecido tras la diáspora de los peronistas no kirchneristas hacia alguno de los extremos electorales. El senador Miguel Ángel Pichetto, alguna vez kirchnerista, acompaña a Macri y Sergio Massa, un peronista que era la voz de los gobernadores del interior que no suscribían con la expresidenta, se fue con Fernández. Sólo ha quedado por libre el exministro de Economía Roberto Lavagna, timonel de la crisis de 2001, pero muy lejos de los dos favoritos.
La campaña electoral del macrismo es la contracara de aquella que lo llevó al poder en 2015. Acorralado por la crisis económica y la inflación, Macri ya no promete pobreza cero ni una “lluvia de inversiones”. El miércoles, el presidente dijo ante 400 referentes de su partido reunidos en Buenos Aires que un triunfo del kirchnerismo “sería perder dos o tres generaciones antes de encontrar el camino”.
Macri se mostró amable y dejó las palabras más duras en manos de Pichetto. El kirchnerismo, dijo, impondrá “un modelo autoritario, cepo [cambiario] y una economía rígida con fuerte intervención del Estado”. El encuentro marcó el tono de lo que vendrá. Hasta el alcalde de la capital, Horacio Rodríguez Larreta, siempre moderado y de amplia sonrisa, dijo con tono vulgar que los kirchneristas “se cagaron a tiros ¨[dispararon] entre dos facciones en un frigorífico y nos patotearon [agredieron] en el Obelisco”, cuando la policía intento levantar una protesta de organizaciones sociales. ¿Y Cristina Krichner? “A ella la tienen escondida”, disparó.
En realidad, Kirchner no está escondida. Pero sí muy lejos de Argentina: la semana pasada viajó a Cuba, donde su hija Florencia está ingresada desde enero víctima de un cuadro de depresión. Mientras tanto, la campaña opositora ha quedado en manos de Alberto Fernández. Las circunstancias colocaron al candidato a la defensiva. El macrismo le recuerda que hace unos pocos meses criticaba con dureza a la expresidenta y ahora, en campaña, Fernández hace equilibrio para justificar su estatus de candidato. El miércoles, el cabeza de cartel del kirchnerismo discutió con los periodistas que lo esperaban a la salida de los tribunales, donde declaró como testigo en una causa contra su jefa política. Más tarde cargó contra otro reportero en la radio.
Jaime Durán Barba, artífice de la campaña de Macri, ideó un plan para triunfar “en el escenario electoral más polarizado del continente”, como dijo en aquel encuentro partidario. “La gente no piensa ni siente necesaria una tercera alternativa. Esa polarización cada vez es más fuerte y no es imposible que [la elección] se resuelva en primera vuelta”.
La necesidad de ganar en primera vuelta carga los cañones del oficialismo, que abandonó el discurso de paz, amor y reconciliación que usó en 2015. Los sondeos, por el momento, alimentan la esperanza a Macri. Según las encuestadoras Management & Fit y Opinaia, la distancia a favor del dúo Fernández y Fernández de Kirchner se ha reducido a entre entre el 1,7% y el 3%, empate técnico. En mayo, esta diferencia era de entre 8% y 5%.
El escenario, sin embargo, puede cambiar drásticamente. La popularidad de Macri, que en esos mismos sondeos cosecha 50% de desaprobación (tanto como Cristina Kirchner), depende de la economía. Argentina lleva ocho semanas de paz cambiaria gracias al dinero del FMI, el consumo ha dejado de caer sostenido por millonarios planes de incentivo y la inflación, ese gran karma argentino, muestra indicios de ralentización.
Los analistas esperan que el dato de junio esté por debajo del 3% mensual, una cifra catastrófica para cualquier país pero que en Argentina es una buena noticia. El problema de Macri es que si en las primarias no vence con holgura a los Fernández, podrían regresar las turbulencias económicas. Si el peso se derrumba, el kirchnerismo crecerá en las encuestas y recuperará el brío electoral. Los argentinos votan con la cabeza, pero también con el bolsillo.